Una muestra en el Museo Arqueológico Regional recuerda que algunas grandes obras de la antigüedad lucían vivos colores, aunque hoy se hayan perdido
Si la pátina que en su día bañó los divinos torsos y las misteriosas combaduras de los ciclópeos fustes de la Acrópolis ha desaparecido hoy, ello no significa que durante centurias carecieran de un abanico de resplandecientes colores propios. Desgraciadamente, a la erosión cromática derivada del carácter orgánico de los pigmentos naturales se unió la moda, instaurada en el Renacimiento por Miguel Ángel y Canova, de esculpir sobre superficies marmóreas de nívea blancura, método que signó la escultura desde entonces casi hasta nuestros días.
Pese a todo, el cromatismo acompañó al arte durante la antigüedad. Así lo demuestra de modo fehaciente El color de los dioses con un relato plástico y ameno, que llega a España de la mano de Vinzenz Brinkmann, director del museo Leibighaus de Francfort.
Socios en España de Brinkmann han sido el catedrático Manuel Bendala y un equipo del museo regional alcalaíno que regenta el paleontólogo y arqueólogo Enrique Baquedano. Ellos han seleccionado obras maestras en clave hispana, como la Dama de Baza o la estela romana de la Lutatia Lupata de Mérida, para explicar la evolución cromática de la estatuaria clásica en España y corroborar así la proposición del comisario alemán: Brinkmann ofrece al visitante un recorrido que cruza ante modelos de estatuaria clásica sobre los que se aplicaron los colores que, casi con toda certeza, en su día tuvieron. Y esos modelos van desde copias de un jinete persa o una koré, muchacha griega, hasta las de arqueros, aurigas, cazadores y hacheros encaramados en los frontones de los más excelsos templos de la antigüedad.
Cuarenta de ellos han sido aquí cromáticamente recreados con su colorido original: leones de melena azul, emperadores con cabello castaño sobre orejas de soplillo; diosas con cenefas o tiras bordadas verdes sobre sus faldas rojas encendidas... Emociona saber cómo fueron mirados y vistos en su entonces. Pero surge una pregunta inesquivable: ¿cómo Brinkmann y otros investigadores pioneros en desvelar el enigma cromático del clasicismo pudieron averiguar cuál fue el color exacto que bañaba, por ejemplo, la cota de malla de Alejandro el Grande, cuyo cuerpo se nos muestra hoy en una estela hallada en Sidón (Líbano) descolorido como en tantas otras esculturas de la etapa helenística? La respuesta es la siguiente: el ojo humano no puede percibir que en el resquicio de una moldura o en el más intrincado pliegue del peplo de una musa griega se esconden aún y resisten desde hace siglos, en ocasiones más de 3.000 años, restos de pigmentos naturales con los cuales fueran bañados tantos grupos escultóri-cos. Los pigmentos cristalizan en tamaños variables, siendo los más finos los más persistentes y los gruesos, más vulnerables; unos y otros se quedan fijados a las rajaduras del mármol; pero todos ellos sufren una erosión de distinta intensidad que deja una serie de huecorrelieves detectables mediante luz concentrada aplicada de forma rasante.
La visita se muestra llena de documentada plasticidad, dentro de un relato en el que se exhiben además 80 piezas.
El color de los dioses. Museo Arqueológico Regional. Plaza de las Bernardas, s/n. Alcalá de Henares. Horarios: de martes a sábado, de 11.00 a 19.00; domingos y festivos, de 11.00 a 15.00. Entrada gratuita. Hasta el 30 de abril.
4/1/10 El País
No hay comentarios:
Publicar un comentario