Edad Media y Renacimiento se funden en un revolucionario abrazo en la nueva ordenación del centro londinense
La crítica de arte británica ha recibido las salas con un crescendo de adjetivos -"impactante", "espectacular", "asombroso", "impecable", "valiente"- para llegar a lo fundamental: "las nuevas salas reescriben la historia".
Las diez galerías que, repartidas en dos plantas, ocupan todo un ala del monumental edificio victoriano se traducen en un ambicioso fresco cultural dibujado por 1.800 objetos, amalgama de arte románico, gótico y renacentista, religioso y profano, ahora reorganizada de forma cronológica y temática. El nuevo espacio presenta no sólo una colección de obras maestras, sino también de sus contextos, a través de piezas tan frágiles como los cuadernos de Leonardo da Vinci o joyas a gran escala entre las que destaca el altar del convento de Santa Clara de Florencia. De mosaicos, fuentes, cruces y estandartes, armaduras, ricos ropajes y tapices procedentes de los importantes fondos textiles del museo, depositario de uno de los fondos de artes decorativas más importantes del mundo. El conjunto se desgrana en una nómina apabullante a la que una reforma de 30 millones de euros y siete años de trabajo han conseguido extraer todo su brillo.
La exposición rehúye de la visión imperante sobre el Medievo y el Renacimiento como dos épocas antitéticas, y en su conjunto encara el dilatado periodo desde el declive del imperio romano hasta el 1600 como una transición fluida en la que convergen las fuentes bizantina, medieval, clásica y gótica. También se subrayan las influencias entre el norte y el sur de Europa, así como con otros continentes e imperios.
Entre el importante compendio de arte medieval destacan los vitrales de la capilla de la Sainte-Chapelle y de la abadía parisina de Saint Germain, un cofrecillo medieval de Limoges con escenas de la muerte y sepelio de santo Tomás Becket o la iconografía del joven Cristo en un mosaico dorado de 545 que evoca los antecedentes paganos. La huella del tardorromano queda plasmada en el panel Symmachi, parte de un díptico que contiene el relieve en marfil de una sacerdotista, mientras la portada de los evangelios de Lorsch que se conserva de la corte de Carlomagno bebe de la inspiración en los relieves bizantinos
Si bien la colección del V&A contiene numerosas esculturas, bajorrelieves y pinturas del mejor renacimiento, en esta muestra no sólo manda Italia, y junto a las madonnas de Boticelli o las estatuas de Donatello, también se despliegan fabulosos tapices flamencos y diferentes expresiones de las artes decorativas producidas en el norte europeo. Con todo, la presencia de los maestros italianos es indiscutible e incluye la magnífica reconstrucción del estudio de Piero de Medici en Florencia o un pequeño modelo en cera que esbozó Miguel Ángel para uno de los motivos en mármol del sepulcro del papa Julio II. El museo (que posee una de las mejores colecciones de escultura del renacimiento fuera de Italia) dedica una sala a Donatello, sus contemporáneos y continuadores.
Objetos del lujo más exquisito importados de Oriente inundan otra de las salas del museo, donde se exhiben también los delicados motivos japoneses que cautivaron a los artistas italianos, el retrato que Bellini ejecutó del sultán otomano Mehmed II, los adornos florales de estilo chino insertados en una jarra decorada con el símbolo de los Medici o el cofre que el rey de Kotte (Sri Lanka) regaló a Juan II de Portugal.
El País 12/12/09
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Victoria & Albert Museum
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