10/23/2012

Creación y destrucción

Cuando Jackson Pollock decidió descolgar la tela y extenderla en el suelo, probablemente no era consciente de que estaba dando inicio a una nueva etapa de la historia del arte. Su acto, surgido de la inquietud y la agresividad de la posguerra, se enmarcaba en la necesidad de destruir la pintura tradicional, no solo como medio sino como concepto. El proceso creativo iba cobrando protagonismo, mientras que la obra de arte acabada, lista para la contemplación, iba perdiendo interés. Destrucción y creación se convirtieron en los elementos paradigmáticos del cambio impulsado por Pollock, que surgía de los delirios alcohólicos que le llevaron a matarse en coche a los 44 años, de los rituales de los nativos americanos y los ritmos jazz y bebop, que marcaban sus movimientos casi coreográficos alrededor de la tela. Sus pinturas, gracias también a las fotografías y filmaciones de su creación captadas por Hans Namuth, se convirtieron en el arquetipo del action painting. Y a su vez la pintura de acción se convirtió en la patada que abrió la puerta a las nuevas prácticas artísticas.
Este fascinante panorama, surgido de la lección de Pollock, se despliega en ¡Explosión! El legado de Jackson Pollock, una exposición que llega a la Fundación Miró de Barcelona, tras su estreno en el Moderna Museet de Estocolmo, gracias al patrocinio de la Fundación BBVA. La exhibición, abierta hasta el 24 de febrero, reúne más de 60 obras de 35 artistas nacidos entre finales de las décadas de 1920 y 1950. Es una selección de grandes nombres y obras emblemáticas.
Muchas de las obras que se exhiben tienen un historial de interesantes controversias artísticas y encarnizadas polémicas. Es el caso de la violenta agresividad de la pintura de Shozo Shimamoto, uno de los fundadores del grupo japonés Gutai, que arrojaba botellas de vidrio llenas de color contra la tela; de los disparos de Niki de Saint Phalle contra globos de pintura, y de los rituales catárticos de los accionistas vieneses con Hermann Nitsch a la cabeza. Es emblemática una obra firmada por Robert Raushenberg, aunque la idea fue de Saint Phalle y en la realización intervinieron muchas personas, incluido el público, cada vez más activo y participativo. Tal como indica el título, Painting made by dancing se hizo bailando encima de una tela diseminada de bolsas llenas de pintura. Cuando la fiesta acabó, los artistas pensaron que podían mejorarla y a la vez llamar un taxi colocándola en medio de la calle, y según las marcas de neumáticos. debieron de pasar varios coches antes de que se detuviera uno.
El recorrido, que arranca con tres obras de Pollock, abarca desde la pintura gestual y performática, pasando por happenings y eventos, hasta planteamientos más conceptuales en forma de instrucciones para realizar pinturas, o coreografías, que ponen de manifiesto la importancia de las ideas generadoras de una obra más allá de su formalización.
“El expresionismo abstracto se proponía desnudar el alma del artista, pero a la vez registrar sus gestos y movimientos físicos, y en las décadas de 1950 y 1960 el aspecto gestual se hizo cada vez más extremo y fundamental”, indicó el comisario Magnus af Petersens, recientemente nombrado conservador jefe de la Whitechapel Gallery de Londres. Entre los vídeos de pintura en acción destaca la célebre performance de Janine Antoni pintando con su pelo, y como contrapunto a la energía salvaje de Pollock, nada mejor que las Antropometrías de Yves Klein, que, de riguroso esmoquin como un director de orquesta, indicaba los movimientos de sus pinceles humanos: hermosas modelos desnudas embadurnadas de pintura que se arrastraban sobre la tela.



Publicat a El País 24.10.12

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