Cuando Jackson Pollock decidió descolgar la tela y extenderla en el
suelo, probablemente no era consciente de que estaba dando inicio a una
nueva etapa de la historia del arte. Su acto, surgido de la inquietud y
la agresividad de la posguerra, se enmarcaba en la necesidad de destruir
la pintura tradicional, no solo como medio sino como concepto. El
proceso creativo iba cobrando protagonismo, mientras que la obra de arte
acabada, lista para la contemplación, iba perdiendo interés.
Destrucción y creación se convirtieron en los elementos paradigmáticos
del cambio impulsado por Pollock, que surgía de los delirios alcohólicos
que le llevaron a matarse en coche a los 44 años, de los rituales de
los nativos americanos y los ritmos jazz y bebop, que marcaban sus
movimientos casi coreográficos alrededor de la tela. Sus pinturas,
gracias también a las fotografías y filmaciones de su creación captadas
por Hans Namuth, se convirtieron en el arquetipo del action painting. Y a
su vez la pintura de acción se convirtió en la patada que abrió la
puerta a las nuevas prácticas artísticas.
Este fascinante panorama, surgido de la lección de Pollock, se
despliega en ¡Explosión! El legado de Jackson Pollock, una exposición
que llega a la Fundación Miró de Barcelona, tras su estreno en el
Moderna Museet de Estocolmo, gracias al patrocinio de la Fundación BBVA.
La exhibición, abierta hasta el 24 de febrero, reúne más de 60 obras de
35 artistas nacidos entre finales de las décadas de 1920 y 1950. Es una
selección de grandes nombres y obras emblemáticas.
Muchas de las obras que se exhiben tienen un historial de
interesantes controversias artísticas y encarnizadas polémicas. Es el
caso de la violenta agresividad de la pintura de Shozo Shimamoto, uno de
los fundadores del grupo japonés Gutai, que arrojaba botellas de vidrio
llenas de color contra la tela; de los disparos de Niki de Saint Phalle
contra globos de pintura, y de los rituales catárticos de los
accionistas vieneses con Hermann Nitsch a la cabeza. Es emblemática una
obra firmada por Robert Raushenberg, aunque la idea fue de Saint Phalle y
en la realización intervinieron muchas personas, incluido el público,
cada vez más activo y participativo. Tal como indica el título, Painting
made by dancing se hizo bailando encima de una tela diseminada de
bolsas llenas de pintura. Cuando la fiesta acabó, los artistas pensaron
que podían mejorarla y a la vez llamar un taxi colocándola en medio de
la calle, y según las marcas de neumáticos. debieron de pasar varios
coches antes de que se detuviera uno.
El recorrido, que arranca con tres obras de Pollock, abarca desde la
pintura gestual y performática, pasando por happenings y eventos, hasta
planteamientos más conceptuales en forma de instrucciones para realizar
pinturas, o coreografías, que ponen de manifiesto la importancia de las
ideas generadoras de una obra más allá de su formalización.
“El expresionismo abstracto se proponía desnudar el alma del artista,
pero a la vez registrar sus gestos y movimientos físicos, y en las
décadas de 1950 y 1960 el aspecto gestual se hizo cada vez más extremo y
fundamental”, indicó el comisario Magnus af Petersens, recientemente
nombrado conservador jefe de la Whitechapel Gallery de Londres. Entre
los vídeos de pintura en acción destaca la célebre performance de Janine
Antoni pintando con su pelo, y como contrapunto a la energía salvaje de
Pollock, nada mejor que las Antropometrías de Yves Klein, que, de
riguroso esmoquin como un director de orquesta, indicaba los movimientos
de sus pinceles humanos: hermosas modelos desnudas embadurnadas de
pintura que se arrastraban sobre la tela.
Publicat a El País 24.10.12
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