Alrededor de la Pedrera de Barcelona se amontonan diariamente multitud de turistas, fotografiando lo que hemos tenido los barceloneses a la vista durante 100 años sin darle la más mínima importancia. Ahora con el centenario esta gran obra de Gaudí goza por fin del reconocimiento mundial y se le ha dedicado esta exposición "Les altres Pedreres".
Para conocerla de cerca el domingo 18 de noviembre de 9 a 17 h se celebra una jornada de puertas abiertas muy aconsejable.
Os dejo a continuación el artículo publicado hoy el La Vanguardia:
Las grandes obras que revolucionan la arquitectura necesitan tiempo para que la sociedad asimile la nueva sensibilidad que proponen. Ahí está, por ejemplo, el caso de la Pedrera, que nació entre insultos (acusaron a Gaudí de hacer gigantescos cucuruchos enrevesados) y hoy, entrados en el siglo XXI y con cien años recién cumplidos a sus espaldas, ejerce su poder de atracción sobre miles y miles de turistas. No es un caso aislado. Más o menos en el momento en que la casa Milà (ese es su verdadero nombre) se levantaba en el paseo de Gràcia, la Looshaus de Viena era comparada con un sumidero; Charles Rennie Mackintosh, el autor de la Glasgow School of Art era acusado de practicar una arquitectura fea y simplista, y Hector Guimard fue objeto de burlas por su Hôtel Mezzara de París, que la crítica seria de su época veía como un mero alarde de fantasías decadentes...“Tuvieron que pasar muchos años para que la personalidad del Art Nouveau recibiera justo reconocimiento”, asiente Juli Capella, arquitecto, experto en diseño y apasionado divulgador de ambas disciplinas, que ofrece una imagen tan gráfica como demoledora: “Hoffmann vivió sus últimos años deambulando por los bares vieneses sin que el sector arquitectónico le hiciese ningún caso”. Estas reflexiones vienen al hilo del centenario de la Pedrera (el pasado 31 de octubre se cumplieron 100 años desde que Gaudí finalizó la construcción), y en buena medida son las que alientan Les altres Pedreres. Arquitectura i disseny al món a principis del segle XX, una exposición-fiesta de cumpleaños en la que los invitados son seis edificios de viviendas que, como el propio anfitrión, representan otros tantos momentos brillantes e innovadores en el camino hacia la arquitectura moderna. “No comparten muchas más cosas que la excelencia”, advierte Capella, que aún así constata dos hechos fundamentales: “No son copias y se basan en avances constructivos. No reinterpretan el pasado ni lo imitan, y abrieron nuevos caminos en el debate arquitectónico”. Una novedosa maqueta de la Pedrera –la novedad es que se puede tocar, “con cariño, pero se puede tocar”– da la bienvenida a la entrada a la Maison Horta (Bruselas, 1898-1902) de Victor Horta; el Hôtel Mezzara (París, 1910-1911), de Hector Guimard; la Glasgow School of Art (1897-1909), de Charles Rennie Mackintosh; el Palais Stoclet (Bruselas, 1905-1911), de Josef Hoffmann; el Looshaus o edificio Goldman & Salatsch (Viena, 1909-1912), de Adolf Loos; y la Robie House (Chicago, 1908-1910), de Frank Rango.
Les altres Pedreres no es una exposición meramente documental –aunque está repleta de historias que hablan de los edificios, de quienes los proyectaron y de quienes vivieron en ellos, también de la sociedad que los vio nacer, a menudo entre acaloradas polémicas–, sino que consigue recrear ambientes y atmósferas a través de videoproyecciones y, sobre todo, abundante mobiliario y objetos de decoración, diseñados en la mayoría de los casos por los propios arquitectos (hay obras extraordinarias, procedentes del MoMA de Nueva York, el museo de Orsay de París, el Victoria&Albert de Londres o la Albertina de Viena). Es el momento de otro nacimiento: el diseño industrial.
El primero en abrir el desfile de inmensos arquitectos (aún no había nacido el arquitecto estrella, pero tampoco entonces parecía escasear el ego) es Victor Horta, que por algo está considerado el padre del Art Nouveau (“lo que hago no se parece a ninguna realización anterior”, decía), aunque a Capella le parece que habría que revisar esta atribución, y que antes de que el arquitecto belga proyectara la Maison Horta, Gaudí ya había hecho el Palau Güell... De la misma manera que, llegados al final, cuando estamos ante un espléndido Frank Lloyd Wright ya despojado de todo lo que no es esencial y alguien lo reivindica como “el padre de la arquitectura orgánica”, Capella zanja: “sí, pero entonces Gaudí es la madre”. Y argumenta: “Todo en él, incluso aquello en apariencia más ornamental, cumplía una función técnica”.
¿Conocían unos las obras de los otros? Lo más probable es que no. Era un mundo mucho menos
interconectado y viajar era caro y requería mucho tiempo. Por eso mismo, uno de los aspectos más
sugerentes de la muestra es comprobar cómo, en ciudades tan distantes y de forma simultánea, se produce ese cambio radical.
Además de con la exposición (hasta el 24 de febrero), la Pedrera sopla velas con una serie de
actividades, como un recital de Jordi Savall (día 28) o un espectáculo de danza aérea (1/XII).
interconectado y viajar era caro y requería mucho tiempo. Por eso mismo, uno de los aspectos más
sugerentes de la muestra es comprobar cómo, en ciudades tan distantes y de forma simultánea, se produce ese cambio radical.
Además de con la exposición (hasta el 24 de febrero), la Pedrera sopla velas con una serie de
actividades, como un recital de Jordi Savall (día 28) o un espectáculo de danza aérea (1/XII).
Publicado en La Vanguardia 13.11.12